Sinfonía agridulce





Esta es una historia que tenía guardada, una que nunca pensé contar.

Soy una mujer que, durante gran parte de su vida, pasó por traumas que nunca pude resolver.

Me tocó vivir momentos de mierda, y nunca tuve a alguien que me ayude y me escuche como lo necesitaba. Soy hija única. La muerte de mi madre a los tres años y la de mi padre a los nueve me dejó sin nadie en quien apoyarme. Nadie me explicó cómo desarrollarme, cómo comunicarme o cómo afrontar las dificultades de la vida. Así que no me quedó otra que observar y aprender de otras personas, muchas de las cuales me llevaron por caminos horribles. Todo este tiempo busqué dónde encajar, un lugar donde poder desenvolverme y, lo más importante, un lugar donde me cuiden, porque realmente me hacía falta.

Lamentablemente, mi salud mental tampoco me acompaña. Tengo afecciones clínicas que hacen todo aún más difícil. La principal es mi trastorno bipolar, el cual hace que mis días sean una auténtica mierda. Desde que me diagnosticaron esta porquería, no pude parar de perder todo lo que había logrado en mi adolescencia. Hace cuatro años empecé a desvincularme de toda persona conocida, incluso de aquellas que me acompañaron durante años. Me dije a mí misma que no iba a hundirlos conmigo. Aunque muchas veces dudé, porque me planteaban la idea de “Te queremos como sos”. Una idea... que no es sana. Todos estos años vi cómo, de a poquito, se iban alejando por sí solos, y no puedo pedirles que se queden sabiendo que no voy a poder cambiar esto.

Mi malestar llegó tan lejos que intenté suicidarme en el año 2023. Me salvaron de milagro y, desde ese día, estoy en caída libre. Lo volví a intentar muchas veces más. Hay días donde no puedo controlarme y simplemente lo hago porque quiero descansar por una vez en la vida. Quiero que las voces se vayan, que la tristeza deje de llamar a mi puerta, y, lo más importante, dejar de llorar por todo. No soy una persona fuerte, nunca pude aprender esa parte. Nunca tuve a alguien que me explique cómo serlo.

Hoy vivo encerrada entre cuatro paredes. Me da vergüenza que me vean. Mi voz dejó de funcionar bien, las secuelas físicas quedaron, y es algo que debería haber solucionado hace tiempo, pero me dejé estar. Las personas se cansan de mis actitudes, y a mí me duele enormemente perderlas. Simplemente no resisto más eso. Así que preferí transitar estos últimos años lo más sola que pude. El gran problema es que deseo a los demás. Me encanta tener personas con las cuales compartir y, sobre todo, ayudarlas lo más que pueda. De esta forma, siempre termino inmolándome, porque soy capaz de hacer cualquier cosa con tal de que los demás estén bien. Porque soy una humana inferior, que está rota y no merece la atención que me dan.

Hace unos cuantos años, me volqué a una vida más digital, explorando internet como nunca antes lo había hecho. Es un refugio que encontré, donde me sentía segura y podía controlar los lazos que formaba.

Y acá empieza esta historia.


Capítulo I


En esta vida digital encontré unas cuantas personas que me brindaron su amistad. Hoy, más del 95% de ellas están fuera de mi vida, pero... hubo una especial.

En mayo del 2024, me llegó un mensaje de esta persona. Por el momento vamos a decir que su apodo empezaba con una G. El mensaje lo sentí como de alguien que tenía dudas de si enviármelo o no, pero lo recibí con mucha alegría. Fue el puntapié inicial de todo esto. Supe, desde ese día, que había encontrado a alguien especial. Tengo esa habilidad: detectar a las personas con las que me voy a llevar bien. Y así fue.

Los primeros meses que hablamos fueron un poco difíciles para mí. Él era una persona con un rol importante en ese lugar donde pasaba mi tiempo, así que debía elegir bien mis palabras. Ya saben: mujer que le habla a un hombre con un cargo importante es igual a "interesada o puta". Y esa última palabra me persigue desde hace mucho tiempo. Me trajo muchos problemas en el pasado, donde terminé siendo objeto de acoso y amenazas durante meses. Por eso debía hablar con cuidado. A mí lo que me interesaba era la persona, no el rol o cargo que desempeñaba.

Además, era una persona bastante dura y poco conversadora. Así que tuve que usar mis mejores herramientas para intentar hacer florecer algo que quería: su amistad.

Fue difícil, pero de a poco se fue soltando, y logré que me siguiera en mis boludeces. A veces no me respondía y me dejaba hablando sola, pero no me iba a rendir. Sabía que iba a valer la pena. Tenía ese sentimiento dentro mío: que me iba a entender, y que iba a poder hablar de muchas cosas con él. Así que seguí y seguí hablándole.

Hasta que un día logré que se desahogara conmigo. Me contó algunos de sus problemas y sus dudas en la vida. Ahí fue cuando me di cuenta de que iba a funcionar.

A medida que pasaron los meses, me sentía cómoda hablando con él, y le empecé a contar todos mis problemas, mis malos comportamientos y la tristeza que sentía. Para mi sorpresa, no se espantó. Al contrario, si bien no entendía ni la mitad de las cosas, nunca dejó de intentarlo.

Debo decir que... durante este tiempo me invadían las ganas de invitarlo a pasar más tiempo conmigo, por ejemplo, en algún juego. Pero no estaba muy segura. Antes de eso tenía que sacar mi cartita de presentación, mi biografía... para ver si él estaba de acuerdo con todas mis limitaciones. Esto me llevó meses, hasta que un día jugamos por un ratito a un juego llamado Conan. Para mí, fue un día muy pero muy feliz.

En ese periodo fue de gran ayuda, no solo de apoyo emocional. También me ayudó a poner los pies en la tierra con algunas cosas. Y como soy una persona extremadamente insegura, también me guió en la toma de decisiones, esas que tanto me costaban y me daban vueltas por la cabeza durante semanas.

Había encontrado a alguien que empezó a formar parte de mi vida. Estaba presente todos los días. No pasaba ni uno solo en el que no habláramos... Obvio, sacando los días donde soy un ente que no se puede levantar de la cama.

Para ese entonces, mi corazón empezó a actuar de forma extraña, y tal vez, de forma muy sutil, fui tirando pequeñas indirectas en nuestras conversaciones.


Capítulo II


En noviembre del año pasado pasó de nuevo: intenté darle un fin a mi vida nuevamente. Ya lo había planeado hacía meses, así que, de una forma oculta, fui despidiéndome con las historias que iba publicando en este blog. Fue una especie de guía, donde traté de dejar plasmado el porque.

Era el momento de actuar y tomar todas las pastillas juntas. Había leído cuáles son más peligrosas combinadas e intenté hacerlo lo más rápido posible. Pero después de tomar las primeras, empecé a tener un miedo enorme al dolor. No quería sentir el veneno en mi estómago e irme de este mundo llorando de agonía. Metí mis dedos en la boca, como suelo hacer cuando quiero expulsar las pastillas que tomo, y empecé a vomitar. Agarré mi teléfono y empecé a pulsar el botón de SOS que tengo, el cual hace saltar una alarma en el teléfono de la persona que me cuida. El desenlace fue pasar medio mes encerrada en el loquero, hasta que estuve lo suficientemente estable.

En ese período de encierro, no podía comunicarme, ya que te sacan absolutamente todo, para que no tengas influencias externas. Pero le pedía, por favor, a mi amiga que, cuando me visitara, me dejara usar el teléfono o la notebook.

Había alguien a quien debía pedirle perdón. Me tragué toda la humillación y vergüenza que sentía, y le hice saber que estaba viva. La primera semana no hablé con nadie más, solo con él. Hasta me encerré en el baño un día, para que nadie me viera, y mandarle una cartita de feliz cumpleaños.

Si bien estamos lejos, lo sentía cerca, y podía desconectarme unos minutos de mi realidad para viajar a otra diferente.

Cuando por fin pude volver a mi departamento, retomé las pocas relaciones que había podido forjar en los últimos meses. Para mi sorpresa... nadie estaba enojado, o por lo menos eso es lo que sentí.

Y empecé a sentir algo diferente. Esta hermosa persona comenzó a hablarme más suelta. Podía percibir que le importaba más de lo que creía, y me hizo sentir valiosa. Creo que esos meses fueron los mejores. Hablábamos de todo tipo de cosas. Hasta fui capaz de revelar algunos pensamientos y gustos que tengo, que jamás compartía con nadie. Solo una persona sabía de estos temas. Me picó el bichito de la picardía, y empecé a ponerme muy cariñosa. A veces me comunicaba con indirectas que no debería haber dicho.

La gravedad de esto empezó a tener dimensiones enormes. Quería dedicarle a esa persona todo lo que podía en ese momento. Por ejemplo, cuando jugábamos a algo, ignoraba a los demás y ponía mis dos ojos sobre él. En momentos donde debía dormir, me quedaba despierta para, aunque sea, compartir un ratito. Hasta vomitaba mis pastillas, para poder estar bien unos días y tratar de ofrecerle una mejor versión de mí.

Sí...

No entiendo cómo es que no te diste cuenta.

Estaba profundamente enamorada de vos...

Mis fantasías crecían todos los días. Soñaba con vos, me imaginaba escenas de películas. Pensaba que me ibas a rescatar de ese lugar de mierda donde estaba.

Mi apego emocional fue enorme, y no podía manejarlo. Quería dar pasos más grandes y dejarlo entrar a mi vida. Pero también estaba presente el miedo, de no poder vivir con un “no” y luego terminar demente en algún rincón de algún establecimiento.

La persona que me acompaña y cuida me hizo percibir esto. Fue muy clara y me dijo: “Dejá de joder con estas cosas. No seas boluda, Cuki, exponerte a algo que no podés controlar y donde vas a terminar mal”.

Sí... tenía razón. Debía mantener en secreto esto y nunca dejarlo salir... porque él tiene su vida, y no puedo ser así de hija de puta.

Me la pasé diciendo que los demás confunden mi personalidad cariñosa con otra “cosa”, y fui yo la que se confundió desde el primer momento.


Capítulo III


Llegó marzo de 2025. Este año ya había empezado pésimo. Pero, por otro lado, había empezado a compartir más tiempo con esta personita tan especial. Hasta empezamos a jugar juntos, y pasábamos bastante tiempo en eso.

Mi corazón lloraba, y mis fantasías seguían. Lo intenté controlar lo mejor posible, pero a veces se me escapaban cosas. SEÑALES que, por alguna razón, nunca le llegaron… “Me enamoro de todo”, “Me gustaría tocarte el rostro y abrazarte fuerte”, “Te llenaría de besos”… y así… boludo.

Un día, de ese estúpido mes, lo noté sofocado. Como si tuviera un peso gigante, y lo presioné para que largara todo lo que sentía... Qué gran error fue.

Me dijo muchas cosas, pero hubo una parte que fue una confesión… y todo se me vino abajo. Había intentado reprimir lo mejor que podía mis sentimientos, y él largó una catarata de palabras que me ahogaron por completo.

Nunca le dije el daño que me causó… ¿Por qué?... Bueno, nunca pensó en lo que yo sentía y cómo quedaba parada en todo esto. Sufrí en demasía. Estúpido fuiste… ¿cómo me ibas a decir todo eso?

No tenés una idea de lo que sentía. Las fotos que me pasabas… si bien estaba feliz por vos… ¿y yo?... No pintaba nada en esa vida armada que ya tenías. Eran dagas directas al corazón. Traté de ocultarlo de la mejor forma posible. Y cargar con esa mochila sola.

Ese día fue cuando decidí que no te iba a dejar entrar a mi vida, porque no iba a poder manejar mis sentimientos. Así que traté de apartarte de mí… pero no podía. Y el resultado fue hacerte creer que me ibas a tener de amiga, y que me ibas a conocer en persona algún día… Fue muy irresponsable de mi parte. Ojalá pudiera volver el tiempo atrás y no ser tan porquería con todo esto.

Tu presencia era tan preciada para mí que, varias veces, dejé de medicarme para sentirme bien y con energía. Por más que las consecuencias fueran graves, quería darte momentos de felicidad, como ese fin de semana lleno de diversión.

Ya no puedo. Me voy a romper toda si sigo. No puedo ser responsable y adulta con esto.

Así que, como hizo Rebecca en Cyberpunk, cuando amás a una persona de una forma que no entiende… es mejor dejarla ir.

Quería mantener todo esto en secreto e intentar seguir un rato más con la farsa. Pero querías respuestas… acá están

Alejo 💓

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