Cingulomanía
Debo haber soñado unas mil veces en los últimos meses, rodeada de millones de gritos entre cada descanso.
Los sabios inútiles de la vida me repiten una y otra vez que el peligro ya pasó. Sin embargo, son ciegos al fuego que sigue encendido cada noche. Está ahí, ardiendo en silencio y complicidad.
Este es el mundo en el que vivimos, ¿no? El que hemos construido los hombres y mujeres.
Busco el futuro en esta vida tan problemática, y siempre llego a la misma conclusión: no hay suficiente amor para todos.
Ese mundo donde las personas eran capaces de escuchar quedó en el pasado. Hoy nos importa más oír para responder. Nuestras pequeñas voces internas nos dicen que no debemos prestar atención a lo que los demás sienten, sino pensar en cómo responder. Mientras nuestros amigos o amigas nos comparten sus emociones, nuestra mente fabrica una respuesta, ignorando lo que la otra persona siente. Queremos tener la mejor respuesta para agradar, para que nos quieran. Un error que nace de nuestra propia deshumanización.
Ya nadie escucha.
¿Alguna vez vivieron una situación en la que un amigo o amiga les hizo una pregunta poco común? Algo de lo que normalmente no se habla. Ese es el momento en que debo escuchar y preguntarme: ¿por qué me hace esa pregunta?, ¿qué hay detrás de ese sentimiento?, ¿cuál es la verdadera razón?
Pero no. Preferimos evadir la pregunta, hacer una broma, e intentar diluir la situación. El resultado puede ser devastador para la otra persona, se va a cerrar en sus propios pensamientos y terminará enfrentando sus demonios sola.
Escuchar cinco minutos a alguien que lo necesita puede salvarle la vida.
¿Cómo es posible que ni siquiera podamos intentarlo?
¿Qué es esta miseria humana en la que nos hemos convertido?
Una vida tiene un valor incalculable. Está por encima de cualquier tarea diaria, cualquier meta a largo plazo o incluso de algunos sueños personales.
Estoy tranquila porque, de algún modo, intenté ayudar a esas personas.
Este mundo me resulta repulsivo. Lo detesto.
No voy a permitir que otras personas manipulen mi mente y mi corazón. Quieren fragmentarlos, romperlos en pequeñas piezas, para intentar reprogramarlos con una personalidad más normal, una que pueda sobrevivir en esta sociedad sin tanta pena.
Me niego. No voy a permitirlo, aunque las consecuencias sean evidentes. Aun así, elijo vivir de este modo, hasta que un día sea demasiado y esa cuerda que me sostiene se rompa.
¿Cuántas personas mueren al año por esto? ¿¡Por qué mierda a nadie le importa!?
Pocos seres humanos se toman el tiempo de mirar a su alrededor y buscar esas almas que se quedan atrapadas en el barro de la depresión. A esas personas las amo. Gracias por existir.
No me gusta. Detesto y desprecio este mundo. Está agrietado por la corrupción social, y cada día se fractura más. Las buenas acciones son tan escasas e insuficientes que apenas logran poner un pequeño parche sobre esas grietas profundas.
La mayoría se lo toma a broma y se ríe en mi cara. Ooh... Constanza, la dramática...
No se dan cuenta de que ya perdimos. Estamos recorriendo un camino sin retorno. Ya está. Elegimos esto, y así vamos a terminar. Fueron unos estúpidos, les abrieron las puertas a los mismísimos demonios.
Ya es tarde. Los odio por haber seguido ese camino. Estúpidos tenían que ser... dejaron de escuchar.
No saben lo que es experimentar la anabiosis. Espero que algún día puedan ver lo que yo vi, y se den cuenta de que este universo es de cartón.
Hoy solo quiero escribir y dormir, mientras el encierro se apodera de mí. Carga en mí una culpa enorme, que cada día pesa más. Hay cosas que me angustian por no poder gritarlas. Deberían haberse dado cuenta. Hay quienes hablan y hablan, pero nunca se detuvieron a pensar... ¿qué siente esta chica?
Tengo la intención de escribir sobre cada una de ellas.